miércoles, 22 de abril de 2015

Nunca el submundo supo tan bien, tirada bocabajo en una alcantarilla. Habría ranas sucias brincando debajo, ella podía oírlas sobre el murmullo lejano de una autopista que parecía el mar de las noches. No se veía gran cosa entre las rendijas sucias, pero podía distinguirse el agua marrón correr por la vieja canaleta. Su nariz rozó el metal oxidado, y el olor le llegó hasta lo más profundo de sus bronquios.

Así es como le gustaba estar. De día, la luz del sol hacía que arrugara la nariz. Cuando el sol se filtraba por los árboles del parque, se podía ver el polvo flotar. Eso no le gustaba en absoluto. El polvo flotando era una broma de mal gusto. Las motas suspendidas en el aire subían por el sol, como las carpas subían por una cascada. Eso quería decir que todo estaba viejo. A ella no le gustaba lo viejo.

Las ranas de la alcantarilla son verdes. No es un verde radiactivo, ni tampoco un verde oscuro de hoja. Es verde. Todo está oscuro, pero las ranas se miran, y ellas saben que son verdes. Están sucias, pero también lo están las esmeraldas enterradas en el estómago de las montañas. ¿No?

Por debajo de la canaleta vieja, donde corre agua sucia, hay más túneles. Son túneles que se cruzan y se doblan y se topan con paredes sin salida. Por los túneles hay menos aire y el aire está más caliente. Debajo de los túneles hay más túneles con más cruces, más paredes sin salida y menos aire más caliente. Los musgos afloran más arriba, donde las ranas.

Hay escaleras de ladrillos rojos que bajan hacia otros túneles adicionales mayores, por donde fluye agua más limpia. A veces, en el cauce de estos ríos profundos, emergen a la superficie cruces de piedra y se quedan flotando.

Seguramente, en algún lugar, todos estos ríos y riachuelos subterráneos desemboquen en lagos. Fuera de debajo del suelo, en cualquier montaña de los Andes, caen como cataratas. Es el agua pura que los turistas observan, sacando fotos y maravillándose entre chispas y espuma sobre el colorido telón de la montaña verde. Y en cualquier ciudad americana, en Río, en Concordia o en Montevideo, un amante de las sucias alcantarillas...

En las calles sucias, hace falta hacer prospección de hormigas y de gusanos y elogiarlos antes de que las flores de mayo empiecen a quemarse.


miércoles, 15 de abril de 2015

El agua salada pudrirá la madera, mientras el crujido sereno vela por las gaviotas.
Aún queda algo de vida en la ciudad, hay un mar amaestrado, un mar de zoológico, un mar encerrado. Una cuna encarcelada quizá pueda ser el peor de los martirios para quienes aún no han nacido.
Algunos dicen que la reina huirá, en jaque. Tal vez entonces, con la muerte absoluta del agua salada, nada nazca ya. O tal vez exploten los mares de calor, no lo sabemos.
Unos quieren encerrar también a la reina, para que el mar siga siendo libre a custodia compartida. Otros prefieren dejarla marchar...

jueves, 26 de marzo de 2015

Coses las olas sentada en una silla.
Suenan mil caballos. ¡Cuidado!

Ahí estoy
con
los
graznidos de gaviota.
¡Y qué cruz de piedra
se desprende
de unas cuencas
rellenas de músculos, de carne y de venas!

Ahí vuelve azul de asfalto
y besa la plata, el bronce, el oro.
¿Es que no guardas
mi descanso
vieja hilandera?

Yo estoy
con
los graznidos de gaviota.
Con un niño difunto
manchado de neumático sucio,
con el humo que sale
de los tubos de escape,
con comida de usar y tirar,
con una bolsa con un collar de perlas
que me he atado al cuello
a ver si me aprendo
que vuelve el murmullo
de un mar de ceniza
a guardarme y a velar.

martes, 24 de marzo de 2015

Me metí de marinero
para ganarme la vida
y hacer lo que se me pida.
Me dijo allí un compañero
que el barco lavara entero
bien echado en su diván.
Yo le dije al capitán
para arreglar el enredo:
"Friegue usted que yo me quedo
debajo del flamboyán".

jueves, 5 de marzo de 2015

Borneo

Entre los exploradores de junglas más famosos, siempre se tuvo en excelente estima a aquel que consiguió adentrarse en la selva de Borneo para catalogar las más de cincuenta especies que en 1970 aún no se conocían.

Dicen que murió loco y borracho, pues encontraron su cuerpo entre botellas de ron vacías junto a un grupo de orangutanes.

En su diario de viaje se pudo leer ese día, en la última entrada, que había encontrado a una especie de primate nueva en la superficie de un arroyo.

Aspirina esfervescente

Los dibujos de las venas sobre mi pecho nunca fueron tan claros —ahora como un capricho de niña, mientras la bolsa gotea, colgada de su gancho, medicina intravenosa.

Hay que cortar la carne podrida tantas veces como sea necesario; a veces la falta de precisión es menos dañina que quedarse corto.

La pleura una vez más se quedó totalmente pegada a la piel y a las costillas, como un chicle ya negro en el patio de un colegio, de esos que hacen quitar a los niños con espátula cuando se portan mal.

La inocencia del cerebro persiste, sin embargo, entre hervideros de fiebre de cincuenta grados siguiendo el baremo de Anders Celsius, astrónomo que, curiosamente, nació y murió en Upsala, Suecia.

A la mañana siguiente, retirarán las flores del jarrón.

sábado, 14 de febrero de 2015

Los astrónomos son los detectives de las estrellas.

viernes, 6 de febrero de 2015

—Venga, tío, podrías salir a la calle y esa gente ni siquiera te reconocería. Quiero decir, mírate. ¿De verdad vas a atrincherarte en tu cueva de plutonio, como cuando eras un crío?
—Tú no sabes...
—¿Que no lo sé? ¿Qué es lo que no sé? ¿Que prefieres que los demás sean tus jueces porque no eres capaz de emitir tu propio veredicto? ¿¡Acaso no has aprendido nada todos estos años!?
—Es solo que...
—Es solo que desde el accidente parece que has rejuvenecido diez años. ¿¡Crees que los demás no sufrimos?! Eres el único que ha estado ahí perdiendo el tiempo sin rehacer su vida. ¿¡Y quieres saber algo!? Nadie la va a rehacer por ti.

"Jaque en la rivera", Harry Billman (1999, fragmento del guion de la película).

miércoles, 4 de febrero de 2015

Entre las líneas de un pentagrama
se esconde un agujero de gusano,
la cerradura por donde mirar tras la puerta
habitaciones sin empapelar, cajas de mudanza llenas;
es la clave de sol hacia realidades alternativas,
el punto en común, de inflexión,
el triunfo de un momento donde para ti fracasó,
el fracaso de lo que para ti triunfó;
en fin, ser otro porque pude;
¿y no soy acaso todos, potencial?

sábado, 3 de enero de 2015

La leyenda de la Muerte alada

En mi visita a las cuevas de Atapuerca, tuve la oportunidad de visitar también los pueblos colindantes de la comarca. En todos ellos descubrí que los lugareños contaban historias extrañas sobre la cueva, e incluso me advertían que no fuera al lugar.

Con afán cultural, decidí recopilar todas aquellas historietas, teniendo en cuenta los puntos comunes, para elaborar un texto escrito que relatara la leyenda tal y como la concebían los lugareños de los alrededores de Atapuerca.

A continuación, les dejo con la leyenda, que está narrada como si se tratara de un pequeño relato:

Juan Luis Almirante, el capataz de los albañiles de Ibeas de Juarros, se disponía aquella mañana a cumplir con un encargo, y ya desde bien temprano fue al comercio intermediario que le proveía a él y a su cuadrilla de los materiales necesarios para construir.
Al llegar a la gran sala de espera, blanca, amplia y vacía debido a que aún no había salido el sol, se sentó en una silla de plástico que formaba parte de un grupo de sillas atornilladas junto a la pared, aguardando a que llegara Mateo Santana, el viejo encargado. Tras cerca de una hora y veinte minutos, después de llamar al teléfono apagado del comerciante, y después de juguetear impaciente con sus manos ásperas y embrutecidas por las inclemencias del tiempo y del trabajo, ve aparecer a
Santana detrás del mostrador, sudando, con la mandíbula desencajada y los ojos tan abiertos como su boca.

―¡Juan Luis, Juan Luis! ―se quejó, con un estilo muy de pueblo― ¡El mármol! ¡Las vigas, los andamios! ¡Camiones llenos! ¡Todo perdido!

―¿Pero qué tontería está usted diciendo, hombre? ―exclamó Juan Luis, excéptico.

―¡Ninguna tontería! Íbamos por la sierra... Cerca de Atapuerca... ―exhaló, intentando calmarse― y después... Algo grande, de tres o cuatro metros ―ilustraba la estatura con los brazos― tiró un camión... Todo por el monte, los camiones de atrás chocaron... Manel está en el hospital, a Camilo no se le ha vuelto a ver más, y ha reventado un motor.

―¿Qu...?

―Los bomberos acaban de estar ahí, pero el material sigue desperdigado por el monte.

―¿Pero usted se piensa que yo soy tonto? ―dice Juan Luis Almirante, estupefacto― Si por un descuido suyo o de sus socios ha tenido un accidente, no le eche la culpa al hombre de las nieves, zoquete. He estado mucho tiempo aquí sentado, mientras mi cuadrilla se desespera, y yo debería haber empezado con esa casa hace rato. Y hemos invertido mucho dinero para el material.
Mi cliente, no sé usted si lo sabrá, es ese burguesito ricachón nuevo en el pueblo, pero tiene tanta prisa como dinero está dispuesto a ofrecerme por la reforma. Quiere que empecemos hoy, sin falta, hoy, Santana, maldita sea. De modo que ya está usted dejándose de bobadas y buscándose la vida para devolverme el dinero o los materiales.

―¡Nada de bobadas! Todos le podemos corroborar lo que vimos... Algo que viene del mismo infierno... Las historias que cuentan en el pueblo son verdad... La Muerte alada ronda los montes... Pero si le corre a usted tanta prisa, vaya con su cuadrilla a recoger los materiales... No, no, no me mire así, porque además el dinero se lo puedo devolver... Por este contratiempo podrá llevarse los


materiales que no se hayan roto o perdido, además de su dinero. Con suerte podrá empezar a construir hoy... Pero quiero que sepa que yo no quiero saber nada de lo que pueda pasarle, y que jamás cruzaré esa carretera otra vez.

Como suele suceder en las personas con apuros económicos, Juan Luis Almirante se desespera y decide poner rumbo a la carretera de la montaña en la que Santana y sus hombres habían perdido sus materiales y tal vez algún que otro año de vida.

Ya eran las once y catorce minutos cuando, después de comunicarle a su cuadrilla la situación, partir con los camiones prestados por el propio Santana, y avisar al cliente de que la construcción iba a tener que posponerse por un accidente, el señor Almirante se encontraba en el lugar de aquellos fatídicos acontecimientos. La escena lo dejó patidifuso: marcas de humo negro y de gomas de camión sobre el asfalto, así como fragmentos de metal, vigas, mazacotes de mármol...

―Bueno, ya sabéis lo que hay que hacer ―ladró Almirante, convencido de que aquel era uno de los peores días de su vida.

Costó dos horas de sudor reunir todos los materiales. Cuando la busca y captura hubo terminado, se hizo un recuento.

―¡Leches! ¡Esto no puede ser! Es suficiente con los andamios y las vigas, pero hay demasiado poco mármol ―Juan Luis Almirante no se lo podía creer.

Estaba convencido de que, en el caso de que no empezara la construcción ese mismo día, el ricachón del pueblo anularía el contrato como si nada y optaría por otros constructores. Y el mármol que tenían para reformar el ala oeste del caserón era tan insignificante que más les valía ponerse en marcha y buscar más restos. El señor cliente no parecía ser el tipo de persona que se conformaba con poco. Es cierto, podrían conseguir más mármol al día siguiente, pero si aquel hombre acaudalado veía que el primer día solo se había puesto una septagésima parte de mármol en el ala oeste, estaba claro lo que iba a pasar. Tal vez el capataz exagerara, pero cuando uno tiene apuros económicos y ve una oportunidad de oro para salir de ellos... Ya se sabe.

Así que la cuadrilla, hastiada, reanuda la búsqueda. Pasa una hora más. El señor Almirante se desquicia, y en medio de un ataque de nervios, echa a correr por el terreno escarpado de la ladera, entre vegetación de alta montaña. Se gira, se vuelve otra vez, jadea. Sigue sin ver nada. Se adentra en los bosques. Y corre, corre a ver si ve algo, pero tropieza con una roca y se da de lleno con un canto en la cabeza.

Juan Luis almirante abre los ojos, gimiendo de dolor. Su cabeza gotea sangre ya caliente, y en un lado de la cabeza se le ha formado una costra. Rezuma de dolor. Musita algunas vocales, y se empieza a preocupar por su ubicación. Está todo oscuro. Aquello no es el monte. Oye algunas gotas cayendo del techo. Con gran dolor y dificultad, Juan Luis se incorpora. No acaba de procesar la situación en la que se haya cuando escucha un ruido. Sssssssshuuuuuuuuu. ¿Viento? Debe estar cerca de la superficie. Ssssssshuuuuuuu. Pero el sonido se acerca.

―Mmm- ¿eh? Ugh... ―su corazón palpita ahora, quizá por confusión, o tal vez por un miedo primigenio.

Ssshuuuuuu, ssssshuuuuuu.... Ahora acompañan a este sonido rocas rodando y un chirrido desagradable, como el de una llave rayando un coche.


―Dios, Cristo, protégeme ―Juan Luis tiembla y empieza a andar a paso rápido a tientas, en la dirección contraria al sonido que oye.

Inquieto, trastabilla y se incorpora rápidamente, y gira la cabeza fugazmente para distinguir una figura alada en la oscuridad. Juan Luis chilla, loco de pánico, y aquella cosa parece acelerar su marcha.
Sin ver más de lo que vería en una noche sin estrellas, cae por una pendiente, y presa del pánico y de la sorpresa, la gravedad hace su trabajo mientras él grita y se sumerge en un lago subterráneo cinco metros por debajo de donde empezó a caer. El agua estaba más fría que las duchas que él se daba en el pueblo, sin agua caliente y a las cuatro de la mañana.

―¡GGRRAAAAAH! ―aquella criatura se sumerge también en el lago, mientras Juan Luis chapotea como loco, y nadando frenéticamente, toca orilla.

Se incorpora, con las rodillas con cortes profundos y sangrantes. Por dentro de él, una sensación primigenia le invade, y echa a correr para salvar su vida, mientras a sus espaldas la bestia chilla y da aletazos contra las paredes de la cueva. Unos metros más adelante, una tenue luz sorprende al capataz de los albañiles en una zona abierta, sin techo, como un claro en medio del sistema de cuevas. Ya está bien entrada la noche. Por un momento, se queda en blanco y parece olvidarlo todo. Pero un rápido golpetazo provoca desprendimientos en las paredes del pasillo de roca del que acaba de salir, y es entonces cuando vuelve a la realidad: se gira, y por fin ve a la criatura con todo lujo de detalles. Como decía Santana, era grande, de unos tres metros. Su cuerpo era verde-marrón grisáceo, con algunas escamas, parecía de reptil. Su cabeza era una calavera de gigante, con una dentadura que de seguro podría triturar las rocas que le apresaban. Tenía grandes alas de murciélago, y por brazos lucía unas enormes aletas de ballena. Todo aquel peso lo soportaban unas patas con unas garras horribles, además, aquel ser contaba con una tupidísima y gigantesca cola de zorro rojo.

La quimera, viendo a su presa por medio de sus dos cuencas vacías, profirió un rugido que resonó en las cuevas de Atapuerca, rugido que ya en los tiempos del albor de la humanidad habían aprendido a temer los primeros hombres. La bestia se acerca, lenta, disfrutando del momento.

Tal vez fueron las almas de los cavernícolas que rondaban por los salones de piedra de las cuevas de Atapuerca las que infundieron energía al maltrecho capataz. Sin pensárselo dos veces, da media vuelta y esprinta tanto como le permiten sus piernas heridas. La Muerte alada profiere un chillido de contrariedad y retoma también su carrera, como un león tras una gacela.

De vuelta a la oscuridad. Tal vez nunca saliera de las cuevas, tal vez solo penetrara más y más en ellas. Tal vez ya no había salvación. Aún así corre. Tropieza y cae varias veces, pero no se detiene. Llegan cazador y presa a una explanada de... ¿Qué era aquello?

El maestro constructor estaba pisando un suelo de dientes humanos, amontonados, formando verdaderas colinas. Había paletas, colmillos, muelas. Millones de dientes parecían brillar en la oscuridad de aquella caverna. Desesperado, Juan Luis solloza de pavor y empieza a llorar.

De pronto, en medio de su desesperación, descubre un cadáver apoyado en la pared. Tenía la boca muy abierta, y los ojos perdidos. Pero lo que más llamaba la atención era que no tenía dientes, y un reguero de sangre ya seca caía por sus encías.

Sin miramientos, la Muerte alada derriba al maestro de los constructores con su pesada cola, y este


cae sobre una pila de dientes. El golpe es tan grande que empieza a perder la visión... Pero hay algo que le obliga a levantarse. Su corazón late como el de un ratón asustado, y la adrenalina inunda sus huesos. Los músculos de sus piernas se estiran y se contraen de forma explosiva y estalla, de vuelta, su loca carrera por las galerías de las profundidades. En medio de aquel horror, tal vez por suerte, da el albañil con un terreno que empieza a subir, y gira entre galería y galería. Se pierde entre las rocas,
y a la bestia alada se le oye cada vez menos. Shhhhaaaaa... ssssshaaaaaa... Después de media hora de lento y progresivo ascenso, ya no se oye nada más que la respiración entrecortada de Juan Luis Almirante.

Empapado en sangre y sudor, llora de felicidad al descubrir la luz del amanecer que se cuela por un pequeño agujero en el techo, que está a unos siete metros del suelo. Arriba se ve el bosque. Decidido, empieza a ascender, escalando, roca a roca. Sin embargo...

De la nada, hecha una furia, reaparece la bestia. El agujero por el que sube Juan Luis es demasiado estrecho, pero aquella aberración, causante de tantas calamidades, se intenta colar, y las rocas van cediendo, haciéndole hueco. Todo tiembla y se desprenden algunas rocas en la galería.

―¡¡GGRRRAAAAAAAAGH, GRRRAAAAH!! ―la bestia chilla enfurecida, clava sus garras en la roca, aletea con fuerza y da golpea con sus aletas las piedras que forman el agujero natural por el que Juan Luis asciende.

Loco de miedo, él escala con pavor, con la bestia a pocos metros por debajo. Roca a roca, va cogiéndose a los asideros, y por fin tiene ya su torso en el suelo de la superficie. Pero la Muerte alada no va a dejarlo escapar así como así.

Con furia, asciende explosivamente, desatascándose y haciendo hueco entre las piedras, y muerde, salvaje, la pierna derecha del capataz, con aquellos dientes que parecían ladrillos de cemento. Juan Luis aúlla de dolor mientras se agarra con fuerza a una roca, y la quimera tira hacia sí, arrancándole el fémur de cuajo, con todas las arterias, piel y tendones que lo recubrían.

La bestia, con la mandíbula repleta de sangre y la pierna hundida en sus dientes, brama de malevolencia e ira. El hombre, casi rendido al desmayo, reúne sus últimas fuerzas, se arrastra y empuja con todo su cuerpo una gran roca que corona el agujero del que acaba de salir. La roca cae empujando al demonio a las profundidades de las que salió. El grito proferido por la Muerte negra aún retumba en los oídos del albañil. Aquel chillido, parecía rajar la Tierra entera, y todas las aves de aquellos bosques que piaban al sol en su despertar se cayeron de las ramas, muertas al instante.

Juan Luis se arrastró, más muerto que vivo por el bosque, hasta que se desmayó por la pérdida de sangre y el cansancio. Por suerte, un leñador lo encontró y lo llevó al hospital. Cuando se recuperó, volvió una semana a Ibeas de Juarros, lo justo para mudarse y nunca volver. Nunca volvieron a verlo, pero allí donde estuviera, durante todas las noches de su vida, Juan Luis Almirante tendría sueños vívidos de una criatura infernal que lo arrastraba a lo más profundo de un abismo, entre furiosos aleteos de viento negro.

Romance del prostíbulo

Tocó el pecho con rubor,
era joven la ramera.
Ojos claros y ese aroma,
ruido por la casa entera.
Viejas eran las ventanas
y era esa su vez primera.
Nervio febril tiene el mozo.
Ella lo besa, certera.
Aquí es sencillo el acuerdo,
solo elija a la que quiera,
ponga el oro en la mesilla
si está llena su cartera.
El muchacho, casi imberbe
la penetra a la ramera
y cumpliendo su trabajo
ella gime la primera.
A los cuatro minutillos
él acaba la carrera
y se limpia concienzuda
la entrepierna la ramera.
No fue duro aquel trabajo,
desvirgar al tal Morera,
gana plata en abundancia
pa’ pagarle a su casera.
Preparada y ya vestida
la chiquilla sale afuera,
toma aire y para adentro,
y así va su vida entera.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Yo tengo el medallón de la serpiente
que baila al atardecer en los bosques del ocaso
y saca su lengua silbante
cortando vientos y esperanzas.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Morir borracho en tu hogar
¡qué muerte más dulce fuera!
Con un tritón a mi vera
¡qué suerte verla llegar!

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Me acogiste en tu buen lecho
de algas, rocas y angelotes.
Por tu piel, barcos y botes,
azul y sal trecho a trecho.

Yo sé de lo que te han hecho,
por oro horadan los zotes
rocas que seguro notes
en las venas de tu pecho.

Mi alma se la comió un buitre
y ahora el viento me separa
de tus besos de salitre.

Me salió esta historia cara
al pescarme tú en tu vitre
de las aguas que yo amara.
Grave, nos dijo el azteca:
"él es barba, creador".
Definió así a nuestro amigo,
bajo ascuas de fuerte olor.
Oye mi llamada, templo
de los mares. Oye mi
canto, mi llanto, mi espanto;
mar donde yo viví.

Mar de sal, dueña de los
tritones, fondo arenoso,
nunca pensé en tu abandono
dentro de tu hogar acuoso.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Feminismos

Estas semanas se han celebrado en la Facultad una serie de eventos "contra la violencia de género". Un ejemplo de estos eventos es, por ejemplo, la distribución de carteles y mensajes colgados en varios lugares. Los mensajes consisten en citas machistas que supuestamente se repiten en nuestra sociedad. Uno de ellos dice: "¿Aprobaste? Te dolerán las rodillas". También hay una imagen de la princesa Jazmín, de la película Aladín, con los ojos morados y la cara llena de golpes, acompañada de las palabras "creíamos que éramos princesas".

No voy a poner en tela de juicio el obvio maltrato físico y psicológico que ejercen muchos hombres hacia sus respectivas mujeres en nuestro país. No voy a dudar del gran problema social que representa esto. Pero no puedo quedarme callado en ciertas cosas.
El problema que yo veo, es el enfoque y la focalización victimizadora hacia la mujer. Ojo: por supuesto, la mujer maltratada es SIEMPRE una víctima. No es a eso a lo que me refiero. Me refiero a que, por el afán de solucionar el problema, parece que se ha perdido un poco de perspectiva. Yo no oigo ni he oído nunca a ningún hombre decir eso de "te dolerán las rodillas". Al menos nunca he oído un comentario así que no fuera broma (y sobre las bromas y el "sexismo" ya hablaremos otro día). Por supuesto, habrá hombres que hayan hecho ese comentario alguna vez. Pero, ¿es esta una afirmación lo suficientemente común y relevante como para colgarla de una pared de la Facultad con el propósito de prevenir el maltrato? Creo que no.

Estoy muy a favor de que se prevenga cualquier tipo de maltrato. Pero este tipo de prevenciones, que demonizan obras de ficción (de esto ya hablaremos también otro día) y se centran tanto en comentarios y actitudes machistas que parecen casi inventarse nuevas y rebuscadas formas de machismo, me parecen lamentables y me indignan.

No hablemos ya de qué es lo que pinta el hombre en todo esto. Aunque bien es cierto que se intenta incluir al hombre en estos movimientos por la igualdad, enseñando que el machismo nos perjudica a los dos sexos, eso no quita que el planteamiento base siga siendo malo.
En otros contextos, me he cansado de oír las frasesitas "todos los hombres son iguales", "los hombres son unos cerdos", "los hombres son unos vagos y quieren que se les haga todo". Y ciertos tipos de corrupciones del feminismo (en este caso no me refiero al de la Facultad) no hacen sino meter leña al fuego.

Pero hace tiempo que las cosas cambiaron y no tiene sentido tomar "medidas de prevención" tan desproporcionadas. Si quieres hacer una campaña antiviolencia de género, no estaría de más hablar también, de manera paralela, del abuso que cometen algunas mujeres hacia los hombres. Hay pocos casos, desde luego muchos menos que casos de violencia de hombres hacia mujeres, pero los hay. Seguramente más de lo que pensamos. Esto ya es harina de otro costal, pero las leyes de este país siempre benefician a la mujer en casos de maltrato. Esto puede causar situaciones tan divertidas como que una mujer invente que ha sido maltratada y su marido sea penado por ley (entendámonos, no digo ni que todas lo hagan ni que no haya casos de maltrato real). Si un hombre ha sido maltratado por su mujer y decide denunciar, la mujer no tiene más que decir que fue él quien empezó.

Como el maltrato de mujer a hombre no está tan extendido, no tendría sentido darle más o igual importancia que el inverso, pero se podría tratar también, porque el problema existe.

No sé si esta campaña va contra la violencia de género o específicamente contra la que sufren las mujeres, pero sí he visto referencias en forma de cartelitos que dicen "contra la violencia de género" (sí, en general).
En cualquier caso, no me parece sana la pérdida de perspectiva que llevo viendo desde hace tiempo. Estas conductas no se separan mucho del hembrismo, o como se le conoce ahora, "feminazismo".
Igual que se habla de "micromachismos" en esos carteles, ¿por qué nunca oigo hablar de "microhembrismos"? ¿Es que no los hay? ¿Es que no son algunas de las exageraciones de esta campaña micro (o macro, incluso) hembrismos?

Es normal que algunos hombres (y también mujeres) empiecen a estar cansados de la situación.

No lo creo, porque no me rodeo de gente así, pero si después de leer esto todavía crees que soy machista o parte del "heteropatriarcado", es que tienes problemas cognitivos, y discutir el tema contigo será una pérdida de tiempo. Pero si no es el caso, siéntete libre de opinar. Me encantará que me hagas ver en qué me equivoco, y te contestaré. Eso sí, con tiempo.

martes, 25 de noviembre de 2014

Madre

Mira. Todavía hay un resquicio de un reflejo de sol. Ni el alba ni la noche han llegado aún. Ni el atardecer ni el día.

Me has mandado a mis hermanos vestidos de ellos mismos. Y su ulular y su respiración agitada, su correteo por las ramas altas, su mirada atenta. Y el murmullo infinito de tus olas...

Me cantas cada noche y siempre tienes un lugar en el que puedo reposar mi cabeza.
El lugar donde me corresponde estar, ¿cuál es? El lugar en el que me acogerán con bondad, ¿cuál es? El lugar donde siempre me oirán, ¿cuál es? ¿Con quiénes me corresponde estar? ¿Quiénes me acogerán con bondad? ¿Quiénes me oirán siempre? A veces me parece obvio. Los pariste con amor, y me miran atentos. Me huelen y me lamen, y me cantan y los oigo.

Pero ¿por qué? ¿Por qué parirme en piel de hombre, en una selva de asfalto y cemento y vidrio? Aquí nadie me entiende. Ni puedo ser libre, sino cuando veo que me miran y me huelen y me aceptan y me quieren, sin más razón que un pecho palpitante y una mirada bondadosa. Pero tampoco soy para ellos... ¿no?

Algún día se quebrará mi lamento y apuraré la última copa de lágrimas. Sé que tú estarás conmigo, como siempre. Tal vez entonces encuentre mi manada.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Fosa de las Marianas

La Muerte baila ballet
como en una cajita de música
en lo más profundo
de la Fosa de las Marianas.

Por su tutú negro
giran burbujas de tinta
y en bailarinas de cuero
mueve sus pies de madera.

La nada reposa en su baile
en lo más profundo
de la Fosa de las Marianas.

Podridos mis huesos
en el hospital
me bailará tranquila Mariana.

Quemada mi garganta
en mi cama traicionera
me bailará tranquila Mariana.

Quebrada mi cara
en la carretera
me bailará tranquila Mariana.

Fugados mis sesos
en la autopista
me bailará tranquila Mariana.

Yo ya he probado
el silencio eterno,
recuerdo la negrura
antes de llegar
al vientre de mi madre.

Yo ya conozco a Mariana.
Y su paz duerme tanto y es tanta
que no hay quien sienta paz
dentro de la paz
que gira por su tutú negro
cuando te baila Mariana.