miércoles, 2 de octubre de 2013

Nubología IV

Como no hay techo que cubra las ciudades costeras se alía el sol con el mar para hacer arquitectura. La argamasa gris clara, como una sopa de periódico, conserva el azul del agua salada del mar en algunos pedazos de la mezcla, teñidos de la tinta con que escriben los peces.
El rebaño dirigido por los perros pastores de Apolo y de Neptuno tiene tanto de sol como de mar, peinado por arriba por los rayos solares y por abajo por la brisa marina.
Alisado y ordenado, el cielo nublado es una continuación del mar, la impronta de este en un plano superior.
No es casualidad que aquí sea llamado panza de burro, pues su afable color gris recuerda al pelaje suave de Platero.

Nubología III

Como una queja del cielo, en los días más calurosos aparecen los finísimos cirros. Parecieran pinceladas solares, rastros de telaraña de algún arácnido celeste que van a medio camino de lo inefable y la nada.
Surfistas de las olas de calor, o como espuma del azulísimo océano del verano, se expanden alargadas, disolviéndose hasta desaparecer como nieve en agua caliente.
Calladas, dicen al que las observa, redundantes, “hoy hace calor”.
El telar círrico va muriendo con el sol, se desenreda en el óbito del día a la llegada de las sombras, como si su existir dependiera solo del más puro color azul del cielo despejado. Huyendo, en contraposición, del rojizo magmático del atardecer, nunca pueblan la noche; pero encontrar un cirro iluminado por la luz de plata de la luna algún verano no es signo de otra cosa que de suerte.

Los pañuelos contienen alérgenos.