Mira. Todavía hay un resquicio de un reflejo de sol. Ni el alba ni la noche han llegado aún. Ni el atardecer ni el día.
Me has mandado a mis hermanos vestidos de ellos mismos. Y su ulular y su respiración agitada, su correteo por las ramas altas, su mirada atenta. Y el murmullo infinito de tus olas...
Me cantas cada noche y siempre tienes un lugar en el que puedo reposar mi cabeza.
El lugar donde me corresponde estar, ¿cuál es? El lugar en el que me acogerán con bondad, ¿cuál es? El lugar donde siempre me oirán, ¿cuál es? ¿Con quiénes me corresponde estar? ¿Quiénes me acogerán con bondad? ¿Quiénes me oirán siempre? A veces me parece obvio. Los pariste con amor, y me miran atentos. Me huelen y me lamen, y me cantan y los oigo.
Pero ¿por qué? ¿Por qué parirme en piel de hombre, en una selva de asfalto y cemento y vidrio? Aquí nadie me entiende. Ni puedo ser libre, sino cuando veo que me miran y me huelen y me aceptan y me quieren, sin más razón que un pecho palpitante y una mirada bondadosa. Pero tampoco soy para ellos... ¿no?
Algún día se quebrará mi lamento y apuraré la última copa de lágrimas. Sé que tú estarás conmigo, como siempre. Tal vez entonces encuentre mi manada.
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