lunes, 30 de septiembre de 2013

Nubología II

En los días muy nublados el cielo está preñado de nubes violáceas como el morro de un dragón. Más que nubes, nubarrones color violeta eléctrico, púrpura denso profundo, contienen tal vez rayos chisporroteantes o quizá gotas de agua fría al borde de la lluvia, rodeados de un rebaño de ovejas grises.
Del tamaño de montañas arrancadas de la tierra, guardan recovecos a lo largo y a lo ancho, que sirven de nido a las aves. Barbas titánicas de dioses, se elevan incluso como árboles selváticos; rascacielos que nacen en el suelo del cielo y se curvan y se arquean triunfales.
De día son hacedoras de sombras, y de noche se tiñen del anaranjado iluminar de las farolas.

Nubología I

El movimiento de las nubes es lento y digno como el de una carroza. Empujadas por ráfagas de viento que no escuchamos, desfilan a un ritmo constante que relaja la vista. La flota permanente del cielo recorre el orbe a cada punzada de reloj. A veces, como calle cortada por desfile, pasa la caravana ante el sol, reteniendo sus rayos durante un rato, que es respiro para las calles cocidas de la tarde.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Oro manchado de sangre

Los tiempos dorados de uno... Como el beso de una puta, las compulsiones, los animales en el zoológico y muchos vicios corrosivos, son tan dulces como amargos. Viven sobre todo en el oído, y despiertan con las canciones-nexo. También pueden ser revividos al oler algunas fragancias... El suavizante que usaba tu ex, el jabón de manos que usabas durante aquella otra época tan mágica... Hay que hacer notar que estos recuerdos de los que hablamos despiertan con mayor intensidad y brevedad mediante el olfato, mientras que, por medio de la música son menos intensos pero más duraderos, por los que su peligro es mayor. Uno puede quedarse embelesado y vivir en el ayer durante un buen rato, con el consecuente desgarro del espíritu que supone querer volver atrás... y no poder. Pocas sensaciones hay tan frustrantes para el ser humano como tener algo ante sus narices y no poder alcanzarlo —entendamos ''sus narices'' como algo muy amplio: es esa misma sensación que se experimenta al mirar a las estrellas y ser consciente de que no se pueden
alcanzar—. Pocas sensaciones frustrantes son, sin embargo, tan gratificantes: oro para las neuronas. Oro manchado de sangre.
A veces mi columna vertebral parece recoger rayos de tormenta
de días ya pasados,
que me sacuden el cuerpo con una violencia exquisita.
Pero más me sacude la certeza —también violenta—
de que esos días
ya nunca volverán.