Los dibujos de las venas sobre mi pecho nunca fueron tan claros —ahora como un capricho de niña, mientras la bolsa gotea, colgada de su gancho, medicina intravenosa.
Hay que cortar la carne podrida tantas veces como sea necesario; a veces la falta de precisión es menos dañina que quedarse corto.
La pleura una vez más se quedó totalmente pegada a la piel y a las costillas, como un chicle ya negro en el patio de un colegio, de esos que hacen quitar a los niños con espátula cuando se portan mal.
La inocencia del cerebro persiste, sin embargo, entre hervideros de fiebre de cincuenta grados siguiendo el baremo de Anders Celsius, astrónomo que, curiosamente, nació y murió en Upsala, Suecia.
A la mañana siguiente, retirarán las flores del jarrón.
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