sábado, 21 de noviembre de 2009

Al infierno

Las hiedras, que con tanta dedicación regaba a diario, que con tanta ilusión contemplaba, se enroscan ahora a mi alrededor; me oprimen la respiración, me cortan el aliento, me fatigan el corazón que golpea fuerte contra el pecho.

Las hiedras, cuyas hojas quería ver en lo más alto del cielo me conducen ahora al mismo infierno, sin ninguna compasión.

El demonio espera mis ojos vidriosos para que yo le entregue cada uno de los recuerdos felices que viví junto a ella. Todos son tragados por sus fauces, y una vez más son vomitados sobre mi cuerpo, en forma de insectos que me raspan y arañan la piel, buscando un nuevo hogar. Pero no lo encontrarán ya; mi cuerpo está vacío, mis ojos están perdidos en el infinito, no encuentro motivos ya para respirar.

En las noches duermo con princesas de porcelana que al amanecer estallan en pedazos haciéndome sangrar. ¡Tanto sacrificio! ¡Ay, si todo lo pudiera borrar!

Cualquiera que la posea, que me entregue la poción para que al beberla duerma, duerma, duerma, ¡duerma largo tiempo! Y al despertar, los recuerdos habrán desaparecido como cesan los temblores de la tierra amarga.

¡No, no, no! Pero dadme también alguien, que no quiera verme sufrir, que vele por mí... Que no quiera verme morir.

¿Cuánto cuesta mi miserable vida? Se me escapan los días, tan fríos, tan amargos... como ayer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario