¡Qué bien sientan las letras! Y qué bien sienta una hoja en blanco, desnuda, virgen. Tan nueva... Sienta bien llenar una hoja entera de palabras, pensamientos. Éstos no pueden verse, de modo que los transformamos en sonidos, gestos... Y sí, palabras. Pero la forma más directa, quizá, de ver un pensamiento, es escribirlo. Escribir pensando, pensar en el escrito... Es una buena forma de hablar consigo mismo, desde luego. Y, además, lo que escribimos perdura en el tiempo y sirve para enseñar a los demás lo que pienso o siento. Sentir... Ahí quería llegar yo. Proliferan las ideas decandentes en esta sociedad. Parece que todo sigue unos patrones. Las chicas, sensibles, los chicos duros. Sólo puede ser así. Pero la cosa va cambiando. No es como antes, no, no. La sociedad se abre cada vez más. Ahora no importa tanto si te atrae sexualmente tu mismo sexo; no importa si te identificas más con un sexo que con otro; no, no. De todos modos, queda mucho por hacer. La libertad absoluta está muy lejos. Personas. En ellas acaba nuestra libertad. Sus ideas decadentes nos condicionan. Aunque el hombre sensible existiere desde el principio de los tiempos, ellos no lo toleran. En la Edad Media, los caballeros usaban su sentimentalismo para conquistar damas. Es un recurso que no me desagrada, puesto que conseguir a la dama o no, depende del intelecto del caballero, de su sinceridad y su implicación. No de otras banalidades, como el aspecto externo. Y es que el amor no es otra cosa que desnudez del alma. Abrir el corazón en canal. Sacar los sentimientos de la manera más bella, de la misma manera que ellos besan tu espíritu. Y, sí, como con los pensamientos sucede: los sentimientos pueden verse en las letras. Por eso escribo. Sin tapujos. Sinceridad. Sólo quiero hablar conmigo mismo, y que los demás vean lo que siento o pienso. Si no, ¿dónde estaría la libertad?
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