Y después de haberme clavado su amargo aguijón, el alacrán se quedó quieto. Inmóvil. Inmóvil en el viento, inmóvil mirándome. Con sus tenazas alzadas, dispuestas a defenderlo...
Entonces, en medio de mi agonía; en medio del delirio de aquel veneno purpúreo, los dioses apartaron todas las estrellas del cielo negro y ruin, solo para verme y oírme agonizar en lamentos tan dulces, que fueron convertidos en poemas.
Pues no sé qué decir, la verdad.
ResponderEliminarLo veo muy en tu estilo.
¿Dispuestas a defenderlo?
Aun así está bien :)