La cruz que llevo clavada al hombro podría ser más pesada. Y la sangre que derramo podría ser más mortecina. Podría ser un millardo de veces más duro cada paso que diera, y más hiel pudiera haber probado mi boca soñadora de otros tiempos.
¡Pero qué cruz y qué clavo! ¡Qué brillante la sangre perlada de soles de mañanas muertas, y qué profundas mis huellas en estas arenas tórridas! ¡Qué amargo el beso de la vida en los labios!... ¡Qué cruz, Dios mío!...
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