En los días muy nublados el cielo está preñado de nubes violáceas como el morro de un dragón. Más que nubes, nubarrones color violeta eléctrico, púrpura denso profundo, contienen tal vez rayos chisporroteantes o quizá gotas de agua fría al borde de la lluvia, rodeados de un rebaño de ovejas grises.
Del tamaño de montañas arrancadas de la tierra, guardan recovecos a lo largo y a lo ancho, que sirven de nido a las aves. Barbas titánicas de dioses, se elevan incluso como árboles selváticos; rascacielos que nacen en el suelo del cielo y se curvan y se arquean triunfales.
De día son hacedoras de sombras, y de noche se tiñen del anaranjado iluminar de las farolas.
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