miércoles, 18 de enero de 2012

Al mundo de mierda

Mira... No sé. Soy feliz a veces. Otras no. En circunstancias como éstas en que me embarga la ansiedad y se agita la sombra en mi vientre, no quiero saber nada de ''lo de fuera''. Porque pienso que, al fin y al cabo, ¿qué soy yo? Bueno, sí, tengo amigos, hay gente que me quiere, todo eso está muy bien. Pero, ¿qué soy yo? En circunstancias como ésta, pienso que no represento nada para el mundo. Al fin y al cabo, tras mi muerte, ¿alguien se acordará de mí? Sí, es cierto, mi familia, mis amigos, ellos se acordarán. Lo sé. No lo dudo. Lamentaran mi pérdida. Pero... Ya está. El tiempo me tragará. Nadie nunca leerá mis escritos cuando ya haya muerto. Nadie observará mi filosofía. Eso no me gusta. Me hace sentirme un grano de arena en medio de un desierto frío y extraño. Ante este tipo de cosas, y en circunstancias como ésta, me gusta darle la vuelta a la tortilla: es el mundo, es todo lo que está fuera de mí un grano de arena, y soy yo un desierto frío y extraño. Y tan frío... Dentro de mí se arremolinan las arenas y soplan vientos gélidos. Y dentro de mí no vive nada. Sólo la pena. Pero el caso es que soy un desierto ancho y extenso, y aunque no lo parezca por lo desolado, me puedo sumergir en mí mismo y encontrar mil glorias entre las arenas. Al fin y al cabo no se está tan helado si uno se sumerge de lleno en ellas. Ahí encuentro compañía. Es un hogar donde me puedo guarecer. Y sólo importo yo, el mundo; el mundo, que no tiene que ver conmigo y que me hace daño haciéndome creer un grano de arena, queda ya lejos de mí.

Y a todo ésto, ¿por qué necesito guarecerme del mundo, y hacer de él un grano de arena, y hacer de mí un desierto frío...? Es por la ansiedad que puebla mi pecho, que aflora como la sangre amarga de la tierra enferma ante cualquier rasguño, e incluso ante cualquier roce superficial.

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