sábado, 18 de enero de 2014

Nos separan

Me siento en el escalón de un nenúfar a ver péndulos de reloj congelados que bailan con la corriente. Me siento divergente, tengo la piel congelada y los huesos abanicados por el silbido del viento del invierno. Dime... En el fondo de la piel nunca encontré otra cosa que mi eco, otra cosa que otra ascua... Otra otredad. Y sin embargo, voy por la acera con las manos dentro de los bolsillos y con ganas de escupir cada hendidura, cada rectángulo con pegote de chicle que habrá mascado algún idiota cien años atrás. Dime... Porque nunca encontré tanto como me ofreces desde arriba, poco a poco meciéndote entre tus hermanos. Y me molesta esta bola hecha de pestañas doloridas que se asoma a joder entre mares de periódico todas las mañanas. Si pudiera esperar un poco más, podría verte beber en la corriente... Podría veros, de hielo, brillar con un frío del que nací amigo, azul... Rojo... No es como aquí. Siempre has sido mi amigo, colmado de todo, mundo, colmado de frío y luz; si acaso alguna vez me sentí parte de ti, entre tus piernas lascivas. Si acaso alguna vez me sentí parte de la turba asquerosa que contamina cada uno de tus poros, mundo, si acaso alguna vez me desperté con ganas de irme de excursión dentro de cada pecho de cada viandante.

Pero mundo, mi mayor placer es el de que te pongas tú arriba y me domines con tu melena negra al aire, mi mayor placer no es otro que oírte gemir a horcajadas sobre mí. ¡Qué placer, mundo, cuando camino por tus venas azules sin ver a cada germen volando a mis costados!... ¡Qué placer, mundo de luces, cuando los coches juegan a ser luciérnaga, y yo no me entero de nada!... En el frío de diciembre, mi yegua del lago, cómo me siento dentro de ti... Y no te ves en otro espejo que el de mis ojos de entre las costillas... Porque al final amo al espejo, mundo, amo mis ojos tristes de no verte al torcerme en cada esquina. Amo cada trozo de mimbre de la mecedora que reflejaba ondas de una tele vieja, y hablar de naranjas con mi abuelo, mientras tú y yo follábamos, mundo...

Mi mayor placer a veces es el de no quemarme las pestañas de tanto tragar copas de soles que nunca dibujé... Mis latidos son para ti como una aorta que late y se refleja en un suelo de espejo bajo un techo de espejo. Y tanto temo a la locura... Y tanto temo de supersticioso, intentando no ofender a fantasmas que no existen, pero me arrullas siempre... Y a veces puedo pegar mis dibujos infantiles del sol arriba del sol de pestañas rotas, y cómo arde el sol... Cómo brilla mi dibujo mezclado en el sol, que se derrite en el fulgor de un DIN A4. Soy muy mío, muy lobo, muy gato, voy buscando la luna y me gustaría flotar en los tejados, solo. No quiero contaminarme entre tanta sangre caliente, quiero permanecer frío y bien caliente y me mareo cuando me sacan sangre. Soy divergente y me hago mi casa de hueso en cualquier isla de mis entrañas, aúllo a cualquier barco de pasajeros o de mercancías, no sé si por amor o por muerte; pero me encanta lamerme bañado por la luna, y hace tiempo que mi manada soy yo.

En las escaleras de un nenúfar de periódico pasan algunos nadando, carpas bobas; se para una moto y la miro, no entienden por qué miro a las estrellas. Y esto no está hecho para mí, yo quiero hacer el Cristo en cada tejado. No puedo poseerte, dama yegua, pero llenas mi estómago vacío. Abstemio, me emborracho de soledad, y no entienden por qué miro las estrellas... Tienes muchos pretendientes que no van a dejar de ser sapos, Tierra, pero me amas... Envuélvelos a todos con tu azul, déjame hacer el Cristo sobre ti... No necesito a nadie más, quiero ser un anacoreta confidente de tus olas, quiero grabar en cada gota de tus mares mis amores, y morirme entre tus aguas de viejo, porque morir contigo es un dulce después de pasarme la vida mirando las estrellas. Soy divergente en un mundo que obliga a una loba de tetas asquerosas hecha ciudad a amamantarme, y amamanto a mamá loba dándole el séxtuple de la sangre que le bebo. ¡Quiero OTRO! Dormir...

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