Con el tiempo, el tiempo se detendrá en la ciudad. Y yo me elevaré, y en medio de un mar de estrellas, la diosa encenderá en mí todas las luces que habían sido apagadas en la ciudad. Ahora está todo dentro de mí. Antes la ciudad me contenía. Ahora yo contengo la ciudad. Es etérea, sutil, casi inexistente. Imaginaria. La ciudad nunca ha existido. Quien siempre ha existido he sido yo. El único que realmente ha vivido. No como esos seres autómatas deambulantes... La ciudad sólo ha estado viva en mi interior, y yo he estado vivo dentro de mi interior. Pero ahora estoy fuera. En lo que realmente es.
Sabes que el Universo existe de verdad porque cuando asciendes al mar de estrellas es como si salieras de pronto de debajo del agua, dejando que el aire fresco del crepúsculo salpique en tu cara.
Y sólo estamos la diosa y yo, en ese escenario titilante. La diosa y yo... Yo... El único humano. Me arrodillo ante ella y obtengo su luz. Y ahora me disperso por el cosmos. Sé que tengo poder. Y sé que resplandezco. Quizá me veas alguna noche, fugazmente, desvaneciéndome en la atmósfera de tu planeta. Y quizá pienses que soy obra de un primitivo dios, que soy señal de mala suerte, o, también, que tus deseos pueden cumplirse porque me has visto.
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