viernes, 17 de enero de 2014

Otro caballo

Se secaron las raíces del río. Y me llovía el agua empozada. Si todo es para mí lo habría elegido de otra manera, habría elegido de otra manera este regalo. Pero tú no eliges el regalo, ni eliges a quién regalar. Ni eliges a quién quitárselo. Tenía una pena muy grande, muy grande, vacía como una burbuja. No tiene relevancia entre las estrellas, ni entre las mías ni entre las tuyas. Tenía una pena muy grande, ganas de darle un abrazo al suelo que pisa la gentuza, que pisan los robots, suelo que pisan los buitres; y hoy no tengo más plumas negras que darte. No tengo plumas negras para darte; pero ¡qué pensado tenías el regalo aún sin saberlo! Aún sin ser... Y yo no tengo nada que darte... Pero soy... Nunca has sentido un árbol seco, como esos que a veces va la gente a buscar en Navidad a Malpaís, esas higueras, esos arbolillos secos; nunca has sentido un árbol seco. Y esa estrella mediana, esa estrella amarilla que supuestamente tú quisiste, vincula mi sangre a la suya. Y se va mi sangre entre las montañas... No tiene relevancia entre las estrellas. Y si de verdad fueras, ¡si de verdad fueras! Ya nos hemos bebido toda el agua salada de este mundo, y nos hemos hecho ristras de ajos en nuestros estómagos. Tú. Tú lo sabrías... ¿no? Si fueses... Pero es muy divertido hablar contigo... Conmigo...

A lo mejor no lo habría elegido de otra manera. El regalo... No es un caballo sin dientes. Pero tiene dentadura de abuelo y me enamoré de él desde el primer momento que lo vi. Y nunca quise soltarlo, ni cuando el verano imprimió en mi piel su blasón, entre las persianas asadas de madera. Y aún cabalgamos, yo encima de él, negro como la tranquilidad en las noches de cama con fiebre; él en un cielo perdido más allá de las nebulosas, más allá de mis ojos... Yo cabalgo encima de este caballo con dentadura postiza, y él galopa encima de mi espalda, él me pisa las cicatrices de cuando me quitaron toda la bilis del pulmón derecho, pero lo quiero... Y a veces nos da la brisa a los dos, en las crines, Ástor negro. Y somos libres... Soy tu dueño, y tú eres el mío, Ástor, con tus dientes de abuelo. Este regalo... A veces brillan, ¡cuánto brillan! mil luciérnagas en tus dientes de oro, y me pierdo entre tus recovecos, entre tus hojas con gotas de luz. Nunca cambiaría este regalo envenenado, este regalo que me has dado, tú, que no existes... Al final, no tengo tu voz. En las grutas me basta la mía. Me enamoré de ti, marrón y blanco, con una A de fuego en tus cuartos traseros, y fui mejor que cualquier otro. Cuando volví, unos veranos después, ese verano, ya no estabas, Ástor. Pero sigues galopando entre mis costillas, ahora negro y con un sol dentro de la boca. Desde que nací te me regalaron, Ástor, y no te cambiaría por nada... Eres lo mejor que he podido tener. No hay mejor regalo que el hecho con los ojos cerrados, como tu boca desdentada.

Y hay toda una cuadra por la que pasear, Ástor, todo un río... Empozado... Tenía una pena muy grande, pero no me van a tirar de tu grupa, porque tú eres la pena, tan grande, Ástor... Y tan a gusto me duermo oliendo tus crines de albor negro... Porque al sol siguiente, o a la luna siguiente, la sangre fluirá, Ástor, la sangre negra correrá encima de los balcones, encima de las azoteas de las abejas de cable y hueso, y trotaremos... Trotaremos hasta tierras frías de flora generosa, a ríos entre verdor, a nieve dentro de casa, ¡tan felices...!
Arranqué el río de raíz. Y me bebí el agua empozada.

(Ilustración por M. Armas M. https://www.facebook.com/maria.armas.737?fref=ts).

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