Decía el profesor, desde lo alto del aula. ¡Y tú callabas, y tú escribías!
Dictaba el profesor en tono seco, aburrido, monótono.
¡Y tú callabas!
Y ahora ya
en tu corazón nace el deseo
de volver atrás
y de contar
que escribes para desahogar el alma
que no seduces sino al que te comprenda
y que no convences sino al que te ame.

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